jueves, 3 de febrero de 2011

Llegaste a creer que aquello nunca terminaría. Pero terminó. Y sigues preguntándote si fue culpa tuya. Pero sabes que no. A veces no es culpa de nadie. Hoy, de repente, los recuerdos llegan a ti. La pregunta que dio comienzo al fin. La conversación en la que te diste cuenta de que todo se había acabado. De que ya no quedaba nada. Y lloras. Mira qué tontería. Lloras. No echas de menos aquella relación. Ni siquiera a aquel tío. Sólo extrañas la sensación. Esa sensación que dudas puedas volver a sentir, aunque en ocasiones notes cerca. Aunque lo desees e intentes con todas tus fuerzas. Estas cosas no deberían intentarse. Ni siquiera desearse. Deberían pasar y ya. Deberían ser fáciles. Que un día te metas en la cama y al cerrar los ojos sepas que está ahí, que ha vuelto. Y que te duermas con una sonrisa en los labios. Una de ésas que parece que van a durar por siempre. En lugar de llenar tu cabeza de preguntas. De pájaros. De finales alternativos